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PARANORMAL´S BLOG

OTRA ACTU MÁS.

OTRA ACTU MÁS.

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Imagen del día:
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Otra foto de temores infantiles

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Historia: El apartamento
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“Llevo unos días en los que no sé qué me pasa. Me siento muy sola, no tengo ganas de nada, todo me sienta mal y no hay nadie a quien llamar, ni una sola persona está disponible para mí.
Saldré a pasear un rato, porque necesito despejarme, dejar la mente en blanco y no pensar en nada. Me lo debo.

Me arrepiento de haberme independizado. Odio mi apartamento, ese agujero oscuro lleno de cucarachas. La simple idea de quedarme allí sola me eriza la piel. Siento escalofríos, como si una mano helada me recorriese la espalda a cada momento…”


Tan sólo hacía 2 meses que Helena había tomado la decisión de vivir sola, dejando la seguridad del hogar de sus padres para empezar su vida, tal y como ella la había soñado siempre. Con su trabajo en aquella tienda de antigüedades, sus amigos. Salir y entrar sin tener que dar explicaciones, sin sentir esa dependencia que la mantenía encadenada a su madre, controladora y tan pesada a veces.

Apenas habían pasado sesenta días desde que firmó el contrato. La casera le había dado las llaves de aquel tugurio y con un brillo extraño en la mirada le dijo ”Que seas muy feliz aquí, pequeña.”
Poco después empezaron aquellas sensaciones extrañas. Ideas demenciales comenzaban a hacerse dueñas de su mente. Ella, que siempre había dormido a pierna suelta empezaba a tener horribles pesadillas en las que unos ojos anormalmente verdes la miraban, en la oscuridad. Cuando despertaba, siempre bañada en sudor, la invadía la misma sensación. NO ESTABA SOLA. A pesar de vivir en apenas 50 metros cuadrados, con una única ventana que daba a un callejón se sentía continuamente observada, como si alguien, escondido en algún rincón vigilara cada uno de sus movimientos.
Tal era la psicosis que se había deshecho de la cama, y había colocado el colchón directamente en el suelo. ”Miedos de niña pequeña. Eso es lo que te pasa, Helena. Deja de atormentarte. No hay nadie. Ni debajo de la cama ni en ningún otro sitio.”
Aún así, su angustia iba en aumento. Dos días después de haberse instalado en el piso ya había tapado los dos espejos que tenía en el apartamento, había arrancado las puertas del pequeño armario en el que guardaba sus escasas pertenencias y no dudó en colocar tres cerrojos más en la puerta principal. Pero aún así no dejaba de sentirse perseguida. Acosada. Sí, era eso. La ansiedad que se había hecho dueña de ella sólo podía venir de aquella sensación. Aquellos ojos que veía cada noche. Una y otra vez, hasta que, sobresaltada, se incorporaba en la cama y se sentía aterrorizada.

Su vida empezaba a complicarse por momentos. Debido a la falta de descanso se mostraba irritable en el trabajo, atendía a los clientes con desgana y se comportaba de forma tan grosera con ellos que su jefe ya la había advertido. Si su actitud no cambiaba se vería obligado a despedirla. Y a Helena le daba igual. Su trabajo no la satisfacía y empezaba a sentirse tan desmotivada que, finalmente lo dejó.
Lo mismo hizo con los amigos que conservaba de la facultad. Porque, en su cabeza, cada vez más enferma, algo le decía que no eran buenos, que querían hacerle daño,

Pronto dejó de salir a la calle, se encerraba en aquel apartamento y se sentaba en un rincón. Lloraba…
Dejó de hablar, apenas comía, no dormía. Su vida se había convertido en una penitencia, una condena, sentía que estaba muriendo por dentro.

Y aquella noche, vencida por un desmedido agotamiento físico cayó en un duermevela que le trajo de nuevo aquellos ojos… Verdes… Vacíos de cualquier emoción humana. Porque aquellos ojos no podían ser humanos…

Entonces volvió a escuchar esa voz. NO ESTÁS SOLA. Y Helena de nuevo sintió cómo cada fibra de su ser se estremecía. Intentó incorporarse, quedarse sentada sobre el colchón, pero no lo consiguió. Su cuerpo carecía de voluntad. Como si no le perteneciera.
Presa del pánico intentó luchar, debatirse contra aquella fuerza que la mantenía fuertemente agarrada. Pero era incapaz de zafarse de aquel abrazo frío y tan turbador.

Cuando por fin se dio por vencida y dejó de luchar sintió cómo aquella fuerza que le oprimía el pecho iba remitiendo, poco a poco. Aunque aún se sentía incapaz de moverse, había dejado de experimentar aquel horror de sentir que su cuerpo no le pertenecía. Y de nuevo aquella voz le habló. ”Debes dejar de luchar, mi niña. No puedes evitarme, ni escapar de mí. Necesitas a alguien que te entienda, que cuide de ti, y yo puedo hacerlo. Soy capaz de darte lo que estás buscando. Puedo hacer que seas esa persona que siempre has querido ser. Sólo tienes que pedírmelo. Mírame y dímelo, pequeña…

CONTINUARÁ

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