AMY LA SORDA. ESPECIAL FIN
AMY LA SORDA
Amy la Sorda, la llamaban. Era una viejita que vivía en una de las calles de la ciudad, en una casa con un grande jardín. Parecía una casa bastante grande, por una sola persona. Además, algunos decían que la casa estaba embrujada. Pero lo que realmente pasaba era que a la gente le daba miedo la señora Amy, porque tenía la cara arrugada como un melocotón, los ojos grandes y azules con la mirada fría como el hielo, y una boca grande con unos dientes afilados y puntiagudos. Siempre iba sola, a veces hablando con ella misma. No se relacionaba con la gente, casi no salía de casa y era sorda como una tapia. Los chicos del vecindario se burlaban de ella frecuentemente, pero no querían admitir que le tenían miedo y respeto.
Uno de esos días, Federico, uno de los chicos, lanzó una apuesta a su mejor amigo Patrick:
- Me apuesto mis videojuegos a que no te atreves a entrar en casa de La Sorda, hacer fotos y traérmelas.
Patrick lo miró asombrado, y replicó:
- Pero Fede, ¡eso es imposible!
Su amigo le sonrió maliciosamente y le dijo que era un gallina, que no se atrevía a hacer nada. Patrick, al cabo de mucho pensárselo, decidió que no era una idea tan surrealista, que no podía pasarle nada malo. Así que la siguiente mañana se fue con su cámara de fotos en la mano en casa de Amy la Sorda. Al llegar al portal, estaba sudando de los nervios. ¿Qué iba a decirle a la mujer? ¿Cómo lo iba a conseguir? ¿Le dejaría hacer unas fotos? Temblando, pulsó el timbre, que hizo un ruido muy fuerte. Pero al acto recordó que la viejita era sorda, y pensó que no lo escucharía. Ya iba a darse media vuelta cuando la puerta se abrió bruscamente y apareció la cabeza de la mujer, medio despeinada, con sus gafas de media luna.
- ¿Qué quieres? – preguntó despreciablemente.
- Hola, señora Amy… - empezó a decirle Patrick, procurando hablar con voz fuerte. – Soy Patrick, un vecino suyo. Mire, quería pedirle un favor…
La mujer lo cortó diciendo:
- Niño, yo no hago favores.
- Oh, lo sé. – dijo tartamudeando Patrick. – Pero es que he pensado que puede que usted me comprenda, y con su gran amabilidad me deje tomar unas fotos –pocas– de su casa.
- ¿Pero qué demonios dices, niño? – le gritó Amy la Sorda. - ¿Dejarte hacer fotos? ¿De mi casa? La juventud de hoy se ha vuelto loca, ¡muy loca! Anda, vete antes de que te eche.
Patrick quiso salir de allí corriendo con el corazón latiéndole con fuerza, pero sin embargo insistió:
- Señora, yo sé que usted no tiene por qué dejármelo hacer, pero le pido por favor que me deje… mire, ¿verdad que cuando usted era muy pequeña una vez le regalaron una cámara fotográfica? – dijo Patrick, acordándose de un rumor que se corría por el pueblo. – Pues a mí me acaban de regalar una, y quería estrenarla… bueno, yo sé que a usted le hizo mucha ilusión, la cámara.
De repente los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas, y su rostro cambió de expresión. Su mirada se relajó y sus músculos se agarrotaron alrededor de la mano de Patrick, sorprendido. Murmuró:
- Oh, Dios mío…
Y lo hizo entrar en el comedor. Allí, le indicó en silencio que se sentara en un sillón que olía a repollo mientras ella le llevaba una bandeja con galletas. Una vez sentados, Amy empezó a explicarle a Patrick su historia.
- Cuando era pequeña, mi hermano sufrió una grave enfermedad. Tuvo que hospitalizarse y estaba muy grave. Lo íbamos a ver todos los días, llevándole regalos y charlando con él, pero cada vez estaba peor. No tenía fuerzas, no hablaba, no sonreía… Él y yo estábamos muy unidos. Fue la última semana antes de que muriera. Me recibió una tarde, cuando yo volví del colegio, con una gran sonrisa el los labios. Tenía un paquete en las manos, y me lo alargó. Lo abrí rápidamente y encontré una cámara fotográfica de las de aquella época, muy bonita y grande. Y por supuesto, cara. Me dijo: . Yo, emocionada, rompí a llorar. Nunca más me separé de la cámara, hasta que unos gamberros me la tiraron por un precipicio y se rompió. Ahora sólo tengo los pedacitos, pero algo es algo…
La señora Amy se quedó callada, y Patrick tragó saliva. ¿Qué se suponía que debía decir ahora? Finalmente Amy lo miró y dijo:
- Bueno, chico, haremos una cosa. Yo te dejo hacer las fotos si tu me las pasas luego. Al fin y al cabo, es mi casa. Pero te advierto que los pedazos de mi cámara… están malditos.
Patrick no se creyó eso último, y contento de haber convencido a la señora Amy, subió por la escalera, que le indicó Amy.
- Te espero dentro de diez minutos. Toma fotos y te puedes ir. Pero recuerda que luego me las tienes que pasar.
Patrick primero hizo unas fotos a la tétrica escalera, sin casi luz. Luego fue al dormitorio de la señora Amy y tomó dos o tres fotos de la cama sin hacer, la mesilla de noche, un cuadro, el armario… finalmente llegó a otra habitación. Al abrir la puerta se dio cuenta de que era el cuarto de los recuerdos. Encima de un mueble había los pedazos de la cámara de Amy la Sorda en una botella de cristal, como si de joyas se tratasen. Con curiosidad, abrió la tapa y sacó una a una las seis piezas de la rota cámara. Era un modelo bastante antiguo, pero bueno. Quiso sacarle también algunas fotos, pero de repente algo explotó en sus manos. Miró y lanzó un gemido horrorizado al ver su propia cámara deshecha en polvo. ¿Qué había ocurrido? No se lo explicaba. No tuvo tiempo de pensar más, porque una columna de humo empezaba a propagarse, convirtiéndose en fuego. Todo pasó más rápido de lo que Patrick esperaba: el fuego iba aumentando, y en cuestión de segundos aquella habitación ya ardía en llamas. El chico, espantado, se precipitó escaleras abajo con las llamas persiguiéndole enfurecidas, como si tuvieran vida propia. Hasta juraría que oyó como le susurraban: . Encontró a la vieja de espaldas a la puerta, sonriendo extrañamente. Patrick le gritó:
- Corre, señora, ¡la casa arde en llamas!
Pero ella no hizo movimiento alguno. Sólo sonreía. El fuego ya bajaba por las escaleras y pronto llegaría donde estaban ellos. <¡Debemos abandonar la casa!>, se dijo el chico. Entonces Amy dijo:
- Oh, ¡mi querido hermanito! Por fin has despertado… gracias, chico, has ayudado a mi difunto hermano a despertar. Ahora lograré reunirme con él en el fuego eterno que arderá en nuestras almas.
Patrick no entendía muy bien lo que estaba diciendo, pero seguro que estaba loca. Por eso no se detuvo y salió de aquella casa. Minutos después, la policía llegaba a su lado. La casa se había descompuesto completamente, ya nada era lo que había sido. Encontraron al cuerpo inerte de Amy junto a las cenizas de una cámara fotográfica. Patrick suspiró tristemente. Ahora la señora Amy se había reunido con su hermano, en el más allá. Ya nadie sufriría más… pero se equivocaba.
Cuando llegó a su casa, delante le esperaba un paquete. Llevaba una inscripción: Para Patrick. Úsala debidamente, lleva un espíritu dentro…Amy la Sorda>. No podía ser… Patrick abrió la caja y efectivamente encontró una cámara idéntica a la de Amy, sólo que estaba entera. Sin pensarlo pulsó el disparador, y de él salió un flash que lo iluminó todo. Cuando volvió a abrir los ojos, vio la imagen de Amy que le sonría desde lo alto de una nube, y le gritaba:
- Ven, ven…ahora tú también te podrás reunir con nosotros…
Y Patrick desesperado chilló:
- No, ¡no quiero morir! ¡Por favor!
Pero Amy le decía:
- No oigo nada, soy Amy la Sorda…¿recuerdas?
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Fenris -