SEGUNDA PARTE HISTORIA
Marcos estaba en su casa, con su padre leyendo el diario. El padre de Marcos trabajaba en una joyería famosa en la ciudad, y tenía una buena reputación.
- Marcos – le decía. – Deberías ocuparte de la joyería… pronto yo no podré hacerlo, y si nadie se ocupa de ella, tendré que cerrar.
Marcos, sin embargo, no quería ocuparse de la joyería porque él lo que quería hacer era dedicarse a investigar casos y crímenes de todo tipo de misterios.
Aquél día, el padre de Marcos estaba especialmente malhumorado, lanzando a todas horas insultos y defectos sobre Marcos y su trabajo como policía. Marcos, no le escuchaba y sólo prestaba atención al libro que estaba leyendo. Pero de repente, notó que su padre se callaba de golpe. Los ruidos de su voz quejándose cesaron, y se hizo silencio. Marcos levantó la vista sorprendido, y lo que vio lo dejó aturdido. Su padre estaba pálido como el papel, rodeado de una serie de figuras blancas y casi transparentes que murmuraban algo parecido a una canción. Marcos casi se atraganta con el chicle, y se levantó despacio para decirles:
- ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?
Las figuras se giraron hacia él, y temblaban como si tuvieran frío. Sin decir nada, se acercaron, examinaron a Marcos – que estaba muy quieto – y se volvieron hacia su padre, que se había quedado inmóvil. Al cabo de unos segundos, el padre de Marcos dejó de respirar, y quedó sentado en la butaca con la mirada perdida y vacía, y una extraña sonrisa en los labios. Marcos no podía actuar. Las figuras (que tenían rostro de mujer bella) se fueron cantando una melodía triste.
Cuando la madre de Marcos llegó y encontró a su marido muerto y su hijo casi inconsciente, se echó a llorar desesperada. La policía dedujo que fue un ataque, ya que hacía tiempo que sufría del corazón. Aunque Marcos lo hubiera contado, nadie lo hubiese creído. Ni Sara.
Cuando Marcos bajó de sus pensamientos ya era muy tarde. Cansado, salió de la comisaría y se fue a su casa.
En aquél momento, la señora González se encontraba en su casa, tumbada en la cama. Suspiró un par de veces y entonces llamó:
- Vamos, ya podéis venir…
Entonces, diez figuritas blancas salieron de la nada y rodearon la cama de los González. Eran las mismas que Marcos había visto, las mismas que se habían llevado a su padre.
- Que estúpido policía. – murmuró la señora González , acariciando a una de las figuras como si de un perro se tratara. – No se enteró de que soy la propia ama de los espíritus que mataron a su padre…
Las figuras estallaron en una risita que parecía un triste lamento, aullando bajito. La señora González sonrió y dijo:
- La próxima vez que me encuentre con él lo tendré que liquidar, al igual que con el blandito de su padre y el estúpido de mi supuesto marido… sabían demasiadas cosas que no deberían saber. Ya sabéis a qué me refiero, ¿verdad queridas?
Las figuras asintieron en silencio y volvieron a lamentarse.
- ¡Yo soy la ama del mal! – exclamó la señora González. – Soy la reina del infierno y de los espíritus. Que se hace pasar por la pobre señora González, debilucha y enfermiza… bah, ¡que tonterías!
CONTINUARÁ
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