FANTASMAS DE LA TIA
Una vez en casa de mi madre, hablando sobre fantasmas, me contó una curiosa historia sobre una tía suya.
Su tía era una mujer rara, solitaria y muy huraña, nadie quería saber de ella y ella de nadie, ni tan siquiera de su familia. Vivía en un pueblecito de Castilla, con muy pocos habitantes, en una casita de piedra, bastante apartada del resto. Sólo salía para comprar lo necesario. Se llamaba Claudia, pero en el pueblo se la llamaba la Loca.
Una vez la vieron bajar corriendo por el sendero que llegaba a su casa, desmejoradísima y con los ojos desorbitados, chillando que estaban ocupando su casa y que a ella de allí, no la iban a echar. La gente del pueblo no hacía más que hablar de lo mal que estaba, que estaba para que la encerrasen.
La abuela de mi madre estaba desesperada por lo que le ocurría a su hija y de lo que se hablaba en el pueblo. Los intentos que hacía por hablar con ella, eran vanos.
A la tía de mi madre, en la soledad de su retiro, le dio por fotografiar sus habitaciones. Tenía una rara obsesión por plasmar en papel todas las partes de su casa. Tengo que decir que su gusto por la fotografía venía de su padre, fotógrafo de profesión.
Ella sabía todo lo que tenía que saber de fotografía, como revelados, tipos de papel etc. Y disponía de todo lo necesario para su elaboración. Su padre la enseñó a saber del oficio, y cuando él murió, todo el material pasó a pertenecerle, ya que ninguno de sus otros dos hermanos tenía el menor interés.
Su casa disponía de un gran salón con cocina y un largo pasillo con cuatro habitaciones y dos cuartos de baño. Fotografiaba las habitaciones desde diferentes perspectivas. Un día se dispuso a fotografiar una de las habitaciones que quedaba al fondo del pasillo, con una luz media. La puerta estaba entornada y sólo asomaba una parte del armario. Un armario de color haya y un barnizado que lo hacía brillar casi como un espejo.
El revelado de las fotos le mostró algo que se reflejaba en el armario. Esto sería la causa de sus últimos días en el pueblo. En esos días, se repetían las bajadas de la tía al pueblo como una loca y vociferando.
“ Están en mi casa ”, “ No me van a echar ”.
La tía veía en las fotos caras reflejadas en el armario. Cada día veía más caras y todas distintas, siempre en el mismo sitio. Caras que mostraban piedad, otras tristeza, maldad, angustia, dolor, horror. Esto a la tía le empezó a obsesionar y la aterrorizaba, no se atrevía a pasar del salón y se instaló allí, dejando a las caras toda la parte del pasillo con sus correspondientes habitaciones. No comía ni dormía, vigilaba su territorio como un perro guardián.
En el pueblo ya no la veían, y su madre no hacía más que lamentarse de que era muy mayor y no tenía fuerza para ayudarla.
Un día empezó arder la casa de la tía. Le había prendió fuego a la vez que gritaba: “Es mía… míaaaaa”
Ese día la encerraron en un manicomio, la tía estaba ida. Ella le contó todo a su madre en una de las pocas visitas que aceptaba recibir
Extraida de escalofrio.com
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